viernes, 28 de diciembre de 2018

Decía Cortázar en su "Rayuela" que la música es el "meláncolico alimento para los que vivimos de amor". No podría haber definición más hermosa para ese arte. Aunque yo, con una humildad extraña, añadiría o sustituiría el "vivimos" por un "(y) morimos".
Camino a mi perfección... escalofriante.

Todo esto viene a raíz del descubrimiento de un libro que tiene el título, justificado en su fondo, más estremecedor que yo haya conocido en mucho tiempo: "Vives en las cintas que me grabaste" del periodista musical Rob Sheffield.
Es el relato de un hombre, antes que redactor, que perdió a su esposa prematuramente... recordándola a través de los cassettes que ella le grababa. Era una de sus formas de comunicación. Y es una de las mías. Quizás la única que aún no está degradada.

No comparto en absoluto el gusto musical de Sheffield, pero me identifico absolutamente en su forma de expresión, en sus frases, en su manera de sentir.

Este es mi pequeñísimo, ínfimo homenaje a una inocencia que jamás perderé.
(Suena el móvil)



Esta canción, la última, no es necesario que nadie de los cuatro gatos que pululan por este rincón espiritual la reproduzcáis; es inútil... no es vuestra. No os estoy diciendo nada.
Es de Ella.

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